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¿Eres de los que cree que comodidad y playa no pueden ir en la misma frase?  

Pues te voy a contar cómo es para mi un día perfecto en la playa. Y cuando acabes de leerlo ya decides tu si lo pruebas o prefieres seguir odiando esos “ratos de agobio total”.  

Sábado por la mañana, son las 9:30 y ya estoy en el coche camino de la playa. He cogido los accesorios para la playa básicos (toalla, crema y gafas de sol) y llevo en el maletero mi silla plegable y mi sombrilla.  

Llego y como es pronto hay mucho sitio. Aparco enseguida muy cerquita de la entrada a la playa. Me cuelgo la silla en uno de mis hombros y la sombrilla en el otro. Cojo el bolso y camino 1 minuto hasta la orilla.  

Estoy en primera línea, miro a mi alrededor y hay poca gente. Enseguida planto la sombrilla y me pongo un poco de crema. Me tumbo un ratito al sol y cierro los ojos. Resulta que como todavía queda algo del fresquito de la mañana, no agobia. Leo un poco o quizás me pongo música. Cuando empiezo a tener calor me meto un rato en el agua. No mucho. Hay algunas olas y es difícil resistirse a jugar con ellas. Pero enseguida salgo y me vuelvo a tumbar otro rato al sol.  

Son las 11 y empieza a pegar el sol, muevo mi silla a la sombra y me como un pequeño almuerzo, un zumo o una fruta son imprescindibles. Estoy un ratito más ahí, observando a la gente de mi alrededor e incluso imaginando cómo son sus vidas y cómo han llegado hasta allí.  

Cuando me canso, recojo los bártulos y gracias a mi funda para la sombrilla me marcho. Antes de llegar al coche paro en alguna sombrita para quitarme la arena de los pies y cambiarme el bañador mojado.   

Y ya estoy lista para conducir de vuelta a casa. Una ducha rápida, a comer y a dormir un ratito la siesta. ¡Eso si que es vida! 

Y tu, ¿qué? ¿Te animas a probarlo? 

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